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Retrato (a distancia) de Antonio Puerta

Antonio PuertaCuando ve el vídeo en el que apalea a Jesús Neira, Antonio Puerta no se reconoce. Eso dice su abogado, Fernando Pamos. Que sabe lo que ocurrió aquel 2 de agosto, pero no se identifica con el hombre que derribó al profesor de un puñetazo y lo pateó en el suelo. Antonio Puerta lleva un año en prisión por aquella paliza, acusado de intento de homicidio. Primero en Soto del Real, donde rezó muchas noches porque su víctima saliera de un coma que podía eliminar la palabra tentativa de los cargos. Y, desde hace unos meses, en Estremera, donde espera un juicio aun sin fecha.

La de Estremera es una cárcel nueva, construida en un páramo madrileño limítrofe con Cuenca. Fue inaugurada hace un año con su amplio pabellón deportivo, su piscina y sus «módulos de convivencia» gestionados por internos. Puerta, de 45 años y adinerada familia, llama a su celda el chabolo. Allí comparte con otro preso común la litera, la ducha, y las enrejadas vistas a la nada. Allí espera cada semana a que llegue el día de visitas. Allí, es consciente, puede pasar hasta tres años antes de que la Audiencia Provincial de Madrid le juzgue. Después incluso 10, si se mantiene la acusación y lo encuentran culpable.

Cada sábado sin faltar uno, la mujer a la que Neira intentó defender visita a Antonio. Después de gritar que no fue maltratada en todas las pantallas y de embolsarse por ello un dineral equivalente (se calcula) a lo que hubiera ganado vendiendo trajes de novia durante diez años en El Corte Inglés, Violeta Santander desapareció de escena hace tres meses. Dice Pamos que psicológicamente anda mal. Que ha dejado los platós por «higiene mental». Antonio agradece sus visitas. Al fin y al cabo, siempre le ha defendido. Violeta jura que, aquel 2 de agosto (hoy hace un año), Antonio no la estaba maltratando. Y ella sabe lo que es. Hace tiempo denunció a otro novio, un policía municipal que la pegaba. A Antonio, no. Porque distingue, dice, entre los malos tratos y el empujón de un yonki pasado de vueltas.

Los brazos de Antonio Puerta son el recuerdo de un colador. Consume heroína y cocaína desde hace 18 años, según los informes médicos que guarda su letrado. Sobre todo cocaína. En sus peores tiempos, hasta 8 gramos diarios. Mezcla en el cóctel las benzodiacepinas y antidepresivos que usa para su terapia, mil veces emprendida. En 1991 pisó por primera vez un centro de desintoxicación. Hace un año, Puerta pidió el alta de su enésimo ingreso, esta vez en la clínica Cazorla, de Alicante. En cuanto salió volvió a Madrid, directo a la Cañada Real, poblado mayorista de la droga frecuentado por gente de toda clase y su misma condición. Pasó allí toda la noche. Sin dormir. Esnifando. Al día siguiente tuvo una tremenda bronca con su novia. Y entonces Jesús Neira apareció. Sigue leyendo

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La pista perdida del hombre de Hitler en España

Encontramos cerca de Oviedo los álbumes del jefe del Partido Nazi en España entre 1939 y 1945, con fotos inéditas de la gran presencia alemana y del encuentro de Hendaya, donde se ve a Franco más bajito que a Hitler.

Hans Thomsen, el líder del partido Nazi en España, en el centro.

Hans Thomsen, el líder del partido Nazi en España, en el centro.

Era un hombre muy serio. Su estatura sobrecogía, parecía una estatua de dos metros. Era el clásico alemán que impresionaba a todo el mundo». El hombre así descrito se llamaba Hans Thomsen y fue el jefe del Partido Nacionalsocialista (NSDAP) en España desde 1939 hasta la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial. Un hombre serio y sobrecogedor que sólo sonreía cuando estaba con su mujer y sus hijos y que, al abandonar Madrid reclamado por los aliados, desapareció de la Historia dejando tras de sí dos álbumes de fotos de las actividades nazis en España. 450 imágenes inéditas ocultas durante más de 60 años. Hasta ahora. (Ver vídeo con las fotos)

La pista perdida que Thomsen dejó en Madrid estaba oculta en el desván de una casa de pueblo en el concejo asturiano de Ponga, cerca de Cangas de Onís. Hace unos meses Rosa López, de 57 años, subió un día al desván para limpiar. Al abrir una de las polvorientas cajas de cartón apareció un gran libro marrón, encuadernado en cuero, con el escudo del Tercer Reich. La mujer no daba crédito a lo que veía. En la primera página, la rúbrica de Himmler, el comandante en jefe de las SS, el ejecutor del Holocausto. La fecha: 21 de octubre de 1940. La ciudad: Madrid.

Bajo el gran libro de firmas, duras y angulosas firmas alemanas, se escondían los dos álbumes de fotos de tapas repujadas a mano y gruesas hojas de fibra vegetal tintada. Cientos de fotos: la calle de Alcalá flanqueada de inmensas esvásticas, Las Ventas a reventar de gente brazo en alto, cruces gamadas en el Monasterio del Escorial. Altos cargos franquistas y la cúpula del Estado Nazi en San Sebastián, Valencia, Barcelona, Toledo. Niños saludando marciales ante gigantescos retratos del Führer. Páginas y páginas de fotos nunca vistas del encuentro entre Franco y Hitler en Hendaya. Tétricos ataúdes cubiertos por banderas nazis. Y siempre aquel hombre. Un hombre muy alto y sobrecogedor.

-¿Qué es todo esto, Manuel?

Manuel Sánchez Bretón, el marido de Rosa, tiene 90 años y aún recuerda a Hans Thomsen, aquel impresionante alemán que, dice, «parecía una estatua de dos metros». Un «gigante» a quien conoció cuando estudiaba Ingeniería de Caminos en Madrid y de cuya historia acabaría siendo custodio. Cuando Thomsen abandonó Madrid, entregó sus fotos a su vecino Andrés Rodríguez-Villa, procurador falangista en Cortes. Y éste decidió quitárselas de encima -no fuera a ser- confiándoselas a su amigo Manuel, un estudiante asturiano de 24 años que vivía en una pensión de la calle Arenal. Se quedaron en Madrid con él hasta que volvió a Asturias en 1970. Las guardó en el desván del pueblo. Y no las volvió a mirar.

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La última faena del caballo Patanegra

hermoso-patanegra_Esto, lo que es, es una putada.

Lo repetían los cirujanos, los veterinarios, los auxiliares, negando con la cabeza mientras en la mesa de operaciones trataban de ordenar ese amasijo de tripas, sangre y arena.  Mucha arena en las vísceras desparramadas del caballo Patanegra.  “Una faena”, decían.  La que salió mal cuando Latoso, el quinto de la tarde del 23 de mayo en Las Ventas, ensartó al potro en el aire de una cornada brutal. Y al tendido se le cortó la respiración. Y el jinete, Pablo Hermoso de Mendoza, agarró (literalmente) al toro por los cuernos mientras su caballo volaba sobre él. Y a Patanegra se le escapaban las tripas cuando lo arrastraban fuera del ruedo. Y su jinete lloraba. Y el caballo se moría.

-Una putada…

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«La Guardia Civil ahogó a mi amigo»

«Nos reventaron los flotadores y nos lanzaron al agua… Sonko no sabía nadar y murió». El africano Fabien pudo sobrevivir y ahora cuenta su versión en un libro. Este es el resumen de un capítulo.

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Una semana antes de aquel día [25 de septiembre de 2007] tuve que volver al bosque y acomodarme al ritmo de vida de los que allí seguían. Hay que reconocer que volver a intentar la aventura [de cruzar la frontera entre Marruecos y España] fue posible gracias a los cinco subsaharianos que nos acogieron allí.

Todos los que se encuentran en una gran ciudad marroquí sienten la tentación de pasar. Cada uno en su momento. Los afortunados lo consiguen, aunque el porcentaje de éxito es inferior a una persona de cada cien que lo intentan.

A mí nadie me escuchaba, ni siquiera las autoridades camerunesas de la época, que me rechazaban como a un perro pulgoso cada vez que acudía a la embajada. […] Las asociaciones marroquíes y las ONG en las que militaba no podían costear ni siquiera mi alquiler. Así que me vi obligado a volver a tentar la suerte, como aquel primer día en que llegué al bosque [de Beliones]. Ésta es la triste realidad de los subsaharianos en el Reino de Marruecos.

Sólo me faltaba pagar 400 euros a mis compatriotas, porque eran ellos quienes se encargaban de encontrarnos un guía marroquí que nos acompañase hasta el mar sin ser descubiertos por las patrullas guardacostas. Yo tenía fama de buen nadador dentro de la comunidad inmigrante, así que conseguí convencer a una mujer camerunesa de unos 50 años de que pagase mi parte a cambio de ayudarla durante la travesía.

Quedamos en hacer la intentona entre cuatro. Dos nadadores [Fabien Dedé, camerunés y Dao Touré, marfileño] y dos pasajeros, por decirlo así [Lauding Sonko, senegalés y la mujer]. Hacia las dos de la madrugada, dejamos la costa marroquí sin ser vistos.

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El negocio de los Vicho

Es el apellido de una familia extremeña dedicada a enviar mensajes SMS con los que participan en sorteos a través del móvil. Han ganado cinco Porches Cayenne, un BMW y 500.000 euros en metálico en sólo un año. «Crónica» los descubre y nos cuentan que sólo tienen un secreto: gastarse hasta 25.000 euros al mes en teléfono

DAVID VIGARIO | JOSEFA PAREDES

Manuel Vicgo y Dolores. Foto: David Vigario.Dolores Calderón, vecina de Valencia de Alcántara (Cáceres), recibe en su móvil la llamada que le anuncia que acaba de ganar los 50.000 euros que la empresa de telefonía Vodafone sortea entre las personas que han enviado un SMS con la palabra FORRADO al número 1111.

-Hola, ¿qué tal?, -la saluda el presentador en directo.

-Hola, buenas noches -devuelve el saludo, muy tranquila, la afortunada.

-¿Cómo te llamas?

-Dolores.

-¿Sabes qué acabas de ganar 50.000 euros, Dolores?

-No, no lo sabía -disimula ella.

-Pues ya lo sabes, te lo digo yo, que has ganado 50.000 euros por participar en la promoción de Vodafone. ¿Y en qué lo vas a gastar?

-En ayudar a mis hijos -repite con el guión aprendido.

La ganadora es un ama de casa que piensa repartir el botín entre sus hijos. Para el público que presencia el desenlace del concurso por televisión no hay nada extraño en la entrega del premio. Quizás Dolores ha estado un poco fría para la felicidad que se le presupone al momento. Los nervios de salir en la tele, serán.

La percepción cambia si se sabe que justo el día anterior -el 25 de enero pasado- el ganador de la misma promoción fue Francisco Vicho Calderón. ¿Les suena el segundo apellido? Efectivamente, se trata de uno de los vástagos de la agraciada Dolores. Uno de esos hijos tan necesitados de ayuda económica a los que el ama de casa pensaba entregar su dinero. Sólo una semana después -3 de febrero-, el mismo concurso, la misma cantidad en juego, caería en manos de José Manuel Vicho Calderón, obviamente también hijo de Dolores. José Manuel, un tipo con suerte, sólo 12 días después sería premiado con otros 50.000 euros. En total, en menos de un mes, la familia Vicho Calderón se había embolsado 200.000 euros de la promoción de Vodafone. Sigue leyendo

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El guerrero que nunca pasa palabra

pasapalabraLa respuesta era Lyon. Conocer el nombre de la tercera ciudad más importante de Francia le valió el miércoles a José Manuel Lúcia Ferreira, paracaidista de 44 años, un premio de 396.000 euros, el mayor bote del concurso televisivo Pasapalabra desde que se emite en Tele5.

José Manuel Lúcia sabe que comete una falta de ortografía, pero escribe su apellido con tilde en la u porque le molesta que le llamen «Lucía» desde que iba al colegio en Cangas de Narcea. Un niño de notables y sobresalientes que «no estudiaba mucho, pero atendía y estaba a lo que hay que estar». Después, en el instituto, recuerda un solo suspenso. Fue en Historia. Ya entonces tenía claro que iba a ser militar. «Había que hacer la mili y pensé: si me gusta me quedo. Quería aventura. Conocer sitios. Viajar».

Nunca viajó a Lyon pero acertó la respuesta. No era difícil. Muchos la hubieran sabido aunque eso no es suficiente. «Lo principal es mantener la concentración y la calma», dice el ganador. La ciencia que ha exhibido durante 37 programas sale, dice, de los libros que ha leído desde que era un crío. La suerte quizá venga de Lucky, como le apodan sus amigos de Alcalá de Henares, donde vive desde hace 17 años. El temple lo forjó en la guerra.

«Ver morir a alguien es muy duro. Y yo he visto morir a bastante gente». La primera vez en Bosnia, en 1993, cuando no había cumplido 30 años. «Aquella guerra fue la más impresionante para mí. Me vi ante una situación inimaginable. Ver morir a una persona sin poder hacer nada te hace sentir muy impotente. A veces también puedes ayudar a alguien, como a un hombre que encontramos destripado y logró salvar la vida. Eso te cambia». Sigue leyendo

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No se puede matar a un secuestrador

Borney Francisco Durán. EFE

Borney Francisco Durán. EFE

«Le di seis puñaladas porque estaba asustado. Tenía miedo y trataba de quitármelo de encima. Intentaba salvar a mi mujer». Borney Francisco Durán hundió seis veces el cuchillo en el cuerpo de Carlos Mario Solano, uno de los hombres que lo tuvo secuestrado durante 11 días. Después agarró a su mujer y saltó con ella por una ventana del chalé donde estaban retenidos en San Martín de La Vega (Madrid). Desde aquel 20 de diciembre de 2005 de la fuga y liberación, Borney está en la cárcel. No se puede matar a un secuestrador, le vino a decir la sentencia. O al menos con ensañamiento. La Justicia no creyó del todo su alegato de legítima defensa.

Ahora el Tribunal Supremo acaba de revisar su caso. Aunque mantiene que las puñaladas son demasiadas, reduce la condena a la mitad.A sus captores no se les sentencia por secuestro, sino por retención ilegal. Cosas raras…

Borney Francisco Durán Alvear nació en Cali, Colombia. A los 19 años, los gendarmes frustraron su incipiente carrera de narcotraficante cuando le pillaron tratando de meter en Francia medio kilo de coca. Diez años después, cuando planeó el viaje a España que acabaría en secuestro, su tarjeta de visita era la de un comerciante residente en Lima (Perú) que se dedicaba a la compraventa de coches. Y le iba bien. Con 29 años, según cuenta, ganaba unos 5.000 dólares al mes. Suficiente para mantener a su ex mujer y sus dos hijos y permitirse unas vacaciones en Europa.

Cuando el 9 de diciembre de 2005 llegó a España, Borney aún no le había dicho a nadie que, además de vender coches, trabajaba para la Agencia Federal Antinarcóticos de Estados Unidos (DEA).En el juicio sí lo confesó. Aunque no consta que nadie le diera credibilidad alguna.

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Perdido por la Primitiva

El lunes, en un pequeño pueblo de Ourense, apareció un hombre con un disparo en la cabeza. No se trataba de un suicidio más. El muerto era un hombre modesto al que hace sólo seis años le tocaron 1.600 millones de las antiguas pesetas. Nadie se explica cómo en tan poco tiempo pudo perderlo todo, además de la vida.

R. Rodriguez.– Qué… ¿No echas hoy la Primitiva?

Cuando Toño le pregunta al parroquiano si juega, el hombre duda.Un cartel le anima: «Lluvia de millones. 9.698.301,14 euros.Vendido aquí en 2003». Después mira a través de la puerta del bar. Enfrente, clavado en un árbol, ve otro cartel. Es la esquela que anuncia el funeral de José Manuel Calvo Vaz, el hombre que acertó los seis números y ganó casi 10 millones de euros hace seis años. El mismo hombre que, el lunes, encontraron dentro de su coche con un tiro en la cabeza a unos cuatro kilómetros del pequeño bar de Riós (Ourense) donde selló su mala fortuna.

Nadie en el pueblo, de unos 2.000 vecinos, se explica por qué Chemanel, como le llamaban, decidió (presumiblemente) pegarse un tiro en una finca casi inaccesible, a dos kilómetros de la impresionante casa que se había construido con el dinero del premio y dentro de su todoterreno Nissan, uno de los coches que le fascinaban. «Estaba algo raro últimamente», comentan algunos.«Quizá la suerte ya no le sonreía», elucubran. Dicen también que su empresa iba mal, que le gustaba el juego y que montó negocios en los que no tenía ninguna experiencia y que no supo llevar.«¿Pero cómo pudo fundirse más de 1.600 millones de pesetas en menos de seis años? No puede ser. No pudo». No alcanzan a imaginarlo.Y niegan con la cabeza.

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Los otros cómplices de Ramón

Sampedro lo dejó escrito en una carta. Roque, Marta, Xosé y Pepe tenían que proteger a Ramona Maneiro de la Justicia. Ella, que puso el cianuro en el vaso del tetrapléjico, fue sólo el último eslabón de un plan en el que participaron todos. Localizados por CRONICA tras la confesión televisiva, comprenden la rabia de la familia

sampedroEn casa de José Vila hay fiesta. Sus nietas le han traído regalos porque es 12 de enero y cumple 60 años. Pero Pepe no es feliz.Mira por la ventana de su casa en Xuño, una aldea coruñesa marítima y empapada de lluvia lenta y gris. A cincuenta metros está el cementerio donde hace siete años exactos enterró a su amigo Ramón.Hoy ha vuelto allí porque ha muerto otro vecino, el tercero en dos días. Y durante el responso le ha echado una mirada de reojo a la tumba de Moncho. Aún no entiende por qué Ramón Sampedro tuvo que elegir precisamente el día de su cumpleaños para beberse el veneno que le liberó de la cama donde pasó treinta años tetrapléjico.Y convirtió su aniversario en una fecha triste para el resto de su vida.

Ramona Maneiro confesó el lunes que ella fue quien midió el cianuro, lo disolvió en agua y acercó el vaso a los labios de Sampedro sin darle un último beso. La que encendió la cámara de vídeo para grabar el final de Ramón, pero tuvo que alejarse para no ver cómo moría, mucho más lenta y dolorosamente de lo que nadie había previsto. Pero en la costa sur de A Coruña todo el mundo lo sabía. Pepe, Roque, Marta y Xosé fueron los primeros. Porque el 13 de enero de 1998 recibieron una carta en la que Sampedro les pedía un último favor: que protegieran a Ramona si era detenida y juzgada. Ese día, una docena de personas recibieron una copia de esa carta. Las mismas que, antes que Maneiro, ayudaron a Ramón a preparar su muerte. Sin saber cada uno lo que hacía el otro. Algunos, ni siquiera, quiénes eran los otros.

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Cómo la Policía oculta delitos

EL INSPECTOR JEFE López Otero demuestra algo que los sindicatos han denunciado históricamente: en las comisarías españolas se ignoran delitos para cumplir los objetivos, recibir sobresueldos y contribuir a una falsa sensación de seguridad ciudadana. Así consigue Interior «olvidar» un 76% de los asesinatos que investiga la Fiscalía. Para probarlo, López Otero tuvo que «robar» documentos y grabar a sus superiores jugándose el puesto.

Josefa Paredes | Aníbal Malvar

Juan Manuel López Otero, 50 años y 29 ejerciendo como policia, frente a la comisaria de Santiago, en cuyo  gabinete estadistico  trabajaba. Ahora sabe que no volverá. -A vuestro primo lo van a crujir». En argot policial, crujir: acabar con alguien, en sentido figurado o literal. El comisario va pasando las fotocopias con una sonrisa irónica en la boca y otra asombrada en los ojos. «Joder. ¿Y este tío ha tenido los cojones de daros esto?». Se trata de partes de denuncia -presuntamente- falsificados por la propia policía, con anotaciones manuscritas de los responsables de una comisaría urbana pequeña, lluviosa y tranquila. También hay transcripciones de grabaciones ilegales.

-¿Grababa a los jefes sin que ellos lo supieran?

-Eso parece, ¿no?

-Lo van a crujir -insiste.

Desde hace muchos años, los sindicatos policiales vienen denunciando la sistemática manipulación de los datos estadísticos sobre delincuencia que salen de las comisarías y acaban alimentando los triunfalistas balances que los sucesivos ministros de Interior airean anualmente para tranquilidad de la ciudadanía. Del electorado. Esta práctica fraudulenta, matizan, se exacerba cuando España huele a urna. Pero nunca hay pruebas.

Para que las haya, un policía ha de traicionar a sus propios compañeros y superiores. Robar papeles. Arriesgarse a afrontar un proceso legal por infidelidad en la custodia de documentos y, si no consigue apoyos testificales entre los compañeros, denuncia falsa.

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